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Diego Latorre: "El argentino no se banca ser boludo"

POR SEBASTIÁN VARELA DEL RÍO

El ex jugador que se reveló como gran comentarista será presentado hoy como la nueva cara de "Fútbol para Todos". En una entrevista exclusiva con Clarín, habla del juego y de quienes lo cuentan.
Diego Latorre es, tal vez, el mejor comentarista de fútbol de la Argentina. El ex delantero de Boca ha mutado de un gambeteador insaciable a un analista preparado, que se ocupa día a día por ejercer un crecimiento personal en la búsqueda de una mejora cualitativa. El encuentro en el que se enmarca la entrevista lo describe fielmente. Hay una mesa de café, a la vieja usanza, pero todo ocurre en una moderna cadena multinacional de infusiones al paso. La perfecta metáfora de la vieja escuela del bar afincada en el siglo XXI. A horas de ser anunciado como una de las caras del Fútbol Para Todos en Brasil 2014, el Latorre reflexivo, víctima de su voracidad lectora, entra a la conversación con una profundidad a la que envidia la mayoría del periodismo "de escuela". Es allí que un ex futbolista expone a muchos hombres de carrera con el aprendizaje constante como única herramienta.

-¿En qué lugar pone la sociedad al jugador de fútbol? ¿No son injustas todas las atribuciones que se depositan sobre él?

-Se lo pone como un modelo social a seguir. Como un futbolista casi desprendido de las emociones y de los pensamientos. Un hombre capaz de soportar todo sin exabruptos. Hoy la palabra de un futbolista tiene más valor que la de un político. Pero al futbolista no hay que deshumanizarlo. La etiqueta de "modelito" no le tiene que hacer perder al jugador la capacidad para equivocarse. Hoy los jugadores llegan a pedir perdón por los errores públicamente. Como si un error fuera deliberado en un deporte espontaneo como el fútbol. Es muy curioso. Y eso me aterra.

-Te ha pasado eso del exabrupto en momentos límite cuando eras jugador y te lo han cobrado caro. También debe decirse que el jugador muchas veces no está preparado por la vida para el lugar en el que se lo pone.
-Es que el que tiene los valores es el deporte, no el deportista. Si bien el deporte es una gran escuela de vida, no te preparan para nada previamente. Creo que se sobredimensiona al jugador como modelo perfecto y exitoso que no puede fracasar. El jugador es mercadería y así lo tratan. Nadie te prepara para convivir con la gente que se te acerca, con los empresarios, con los micrófonos, con los vestuarios... El fútbol te va poniendo en un escenario en el que deja de ser el deporte con el que vos soñaste y se transforma en una trituradora. No tenés paragolpe y te chocás de frente contra eso. Hay mil ejemplos.

-A veces pareciera que el medio pretende máquinas. Desean que el jugador implique a un hombre despegado de las emociones, en el que el entorno jamás puede afectarlo.

-Hace tiempo que en el fútbol se desprecia al sentimiento y al pensamiento, con el afán de buscar el supuesto pragmatismo de las cosas. Estamos llevando al deporte a un lugar en el que los hombres son autómatas, desde los que lo practican a los que lo miran. Se vive en un estado de constante crispación.

-Hablás del que lo mira. ¿Y el que lo cuenta? Vos pasaste de actuar en la cancha a explicar fuera de ella. ¿Cómo ves al periodismo desde adentro?

-Al periodismo lo veo salvaje. Y eso que yo cuento con una ventaja, porque el análisis está despreciado y tengo la chance de que tal vez alguien pueda parar más el oído debido a que yo aparezco con la carta de haber sido jugador de fútbol. Hoy se buscan las voces altas y rimbombantes. Y después veo que hay una lucha encarnizada por llegar a la cima. El del campo de juego quiere ser comentarista, el relator quiere conducir un programa y el conductor quiere ganarles a los otros conductores. Todo amparado en la ambición personal o en el rating. Muchas veces el periodismo a la gente la subestima. Estaría bueno no dejarse subestimar también. Esto es un ida y vuelta, debido a que el periodismo busca el morbo o lo que mide bien de acuerdo a la pretendida necesidad de determinado público. Y eso es alarmante. Pero ahí va. Ocurre.

-Es la dictadura del hecho por sobre el concepto. Importa más trepar el escalón, de la manera que sea, que mirar cómo lo subís. En el fútbol y en el periodismo.

-Claro, hay que vender el producto final sin pasos intermedios. Y el que se para en un punto intermedio queda como angelical, ingenuo o romántico. Solamente se habla de utilidad en términos de que el medio tenga determinadas características. La manera ha dejado de importar. Cuidado, como también es cierto que para discernir que es mejor o peor o que es bueno y que es malo ayuda tener ciertos conocimientos. Y la formación cultural no se elige, al menos en tempranas edades. La falta de ella quita sensibilidad y ahí se genera un gran problema.

-Guardiola dice que hay que luchar cada día por sostener la sensibilidad y que debemos procurar que la realidad nos afecte. El fútbol hoy parece conducir a lugares en los que, según la visión dominante, la sensibilidad debe ser suprimida.
-El fútbol es un deporte muy machista en el que todo lo que tenga que ver con la virilidad es aceptado y todo lo que tenga que ver con la sensibilidad es vinculado a la mujer. Y el que intenta ser sensible es acusado. En el fútbol ser sensible es una condena.

-Entonces, el medio ya no juega para jugar, que al cabo es la primera condición, mucho antes que ganar un partido o pensar una táctica. Desmienten eso todo el tiempo. El jugar, no importa el modo, parece no tener trascendencia. Mataron al disfrute, al que anclaron solamente a la victoria en el resultado.

-Yo creo que el argentino no se banca ser boludo. Nos pueden decir corruptos, mafiosos o delincuentes, que no pasa nada. Pero boludos no. Y, para la idea dominante, decir que uno juega para jugar es pecar de ingenuo o de tonto. La tendencia dominante nos quiere obligar a decir que primero se juega para ganar, antes que para jugar. Ahí existe un supuesto pragmatismo, en el que se afirma que nadie quiere perder y eso obliga al comunicador a hablar del éxito, supuesto, claro. Y se ha eliminado del juego a la posibilidad de perder. Para ellos perder no existe. Todo esto metafóricamente, eh. Y cuando se suprime a la chance de la derrota del posible análisis, lo que hacen es agigantar el carro de la victoria. La realidad es que cuando jugas, perder es una chance concreta. Muy concreta. Cuando uno juega hay un componente incierto. Con el estilo que sea, pero incierto.

-Y eso es lo que le brinda el sentido a la victoria. La chance de perder.

-Pero claro. Es la referencia. Me expuse a jugar y, como puedo perder, la victoria tiene sabor. Ahí es que te etiquetan de lírico o lo que se les ocurra. De a poco el deporte está desterrando al tipo que piensa. Y si alguien lo intenta, dicen que es un filósofo. Salvo que gane todo, claro. Pero a Guardiola también se lo cobraron, incluso ganando todo. Es mucho más respetado el tipo que no piensa, que el que piensa. Porque muchos periodistas quieren ejercer una aparente superioridad sobre la gente. Y, ante eso, el tipo que piensa, al sistema le estorba.

-Es que puede desarticular a la idea dominante.

-Claro, el tipo tiene la capacidad de rebatir las tres o cuatro frases que repiten todos los periodistas. Entonces, le multiplican las derrotas y le dividen las victorias. Se vive así.

A Tevez lo dejaron afuera porque su presencia no ayuda al grupo

POR EDUARDO CASTIGLIONE

El delantero cerró una gran temporada en la Juventus, pero Sabella eligió escuchar a sus jugadores indiscutidos.
Los entrenadores tienen razones que el corazón de buena parte del pueblo futbolero no entiende. De qué otro modo, si no es este u otro similar, debe interpretarse lo que finalmente se ha confirmado: Alejandro Sabella dejó a Carlos Tevez fuera de la lista de 30 jugadores designados para afrontar -solamente 23 viajarán a la competencia- el inminente Mundial en Brasil.
Excepción hecha de que el seleccionador nacional fuera capaz de emitir una frase contundente para explicar la ausencia del Apache, que inclusive no entró siquiera en ese grupo de siete futbolistas que quedarán como reserva, sin dudas de que el entrenador estaría en serias dificultades de argumentar su decisión en términos deportivos.
Los números de Tevez en la temporada del fútbol italiano, donde terminó campeón con la Juventus e incrustado en el alma de los hinchas de la Vecchia Signora, no admiten discusiones: con la 10, el ex delantero de Boca convirtió 21 goles en 47 encuentros (se incluyen sus presencias en competencias internacionales).
Tevez está en la plenitud -cumplió 30 años- de su carrera. Mientras transita, simultáneamente, la madurez de un delantero con gol, siempre astuto para elegir si conviene estar dentro o fuera del área y con suficiente potrero para elegir cuándo salirse del envase táctico para aprovechar los 70 metros del ancho de la cancha.
Entonces, ¿por qué no está? Porque ciertas actitudes suyas, durante la Copa América que se jugó en la Argentina, cuando el entrenador era Sergio Batista, provocaron que varios históricos de la Selección le bajaran el pulgar. Y entre ellos está Messi, claro, aunque públicamente proclamen que no tienen problemas. Se dice que es difícil cuando está en el banco. En voz baja aseguran que su fastidio en la adversidad complica la convivencia. Que en determinadas cuestiones, lo que resta es superior a lo que suma al grupo. Además, al cuerpo técnico no le pasaron inadvertidas imágenes del pasado Mundial de Sudáfrica: Maradona lo hizo titular porque creyó que sumándolo a Messi e Higuaín formaría un tridente imparable pero la conclusión fue que amontonó talento y superpuso funciones. Y como esta Selección está armada alrededor de la joya del Barcelona, no hay espacio ni para la mínima sombra.
Mientras tanto, la gente se ha expresado de modo indiscutible. Una encuesta disparada por Clarin.com dio que casi el 73% de lo votantesno está de acuerdo con que Carlitos haya quedado fuera de la Selección. Y en Fuerte Apache, barrio donde nació y se crió, numerosos vecinos expresaron su disconformidad con la decisión de Sabella.

El orden interno por encima de lo individual

Por Miguel
Bertolotto
Un análisis de la lista de convocados de la selección. Por qué no está Tevez.
Más allá de las presiones de última hora, Alejandro Sabella no se movió de sus convicciones: desde que asumió el vasto desafío de dirigir a la Selección, una de sus prioridades esenciales fue mantener el orden interno.
Es decir, formar un grupo compacto, afín, solidario, con un objetivo común que coloca a lo colectivo por encima de lo individual. En ese escenario, Carlos Tevez no tenía (no tiene) espacio por cuestiones que obviamente no pasan por lo futbolístico.
Aunque no lo reconozca en sus declaraciones públicas, Sabella no llamó nunca a Tevez porque el notable delantero de la Juventus no es bien visto por Messi y compañía. Con Tevez en el plantel, la convivencia no sería la misma. Con Tevez en el banco de suplentes, la bomba de tiempo no tardaría demasiado en explotar.
¿Para qué enturbiar el proyecto, entonces? ¿Para qué meter un foco de potencial conflicto en el marco de la intimidad? ¿Cómo se hubiera parado Sabella, delante de los jugadores que atravesaron todo este proceso que culminará en el Mundial, si de golpe aparecía Tevez entre los elegidos? Algo similar hubiese sucedido con Esteban Cambiasso (otro que jamás fue convocado), aunque su nombre no provocaba el ruido y la polémica que rodeaban (y todavía rodearán) al de Carlitos. Lo de Martín Demichelis es diferente: al margen de su reaparición fulgurante de estas horas, al menos había jugado cuatro partidos con Sabella.
Fabián Rinaudo y Gabriel Mercado pueden considerarse sorpresas entre los 30 nominados, aunque nadie -salvo los involucrados- se rasgará las vestiduras si en el momento de la decisión final se quedan abajo del avión.

El país de la Gata Flora, Sabella y la fórmula TVR

A la Argentina lo bueno se le acabará en el aperitivo -primera ronda- y no llegaremos al postre -la final- del Mundial. La selección no reúne ninguno de los dos requisitos: no tiene equipo ni plantel.

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Las tres primeras Copas del Mundo forman parte de la gloria y la memoria futbolera, y está bien que así sea, pero ingresan rengas a sus estadísticas porque no fueron representativas de la realidad. En 1930 hubo nueve países del continente americano y apenas cuatro de Europa –en el resto del mundo aún no había selecciones relevantes–. Esas cuatro europeas no sólo no eran las mejores, también llegaron improvisadas: la de Rumania, por ejemplo, la integró un equipo de obreros de la industria del petróleo, operarios de la inglesa Anglo-Persian Oil Company, actual BP, y por eso ‘más o menos’ jugaban bien al fútbol. De los nueve conjuntos de este lado del planeta, siete eran sudamericanos (los otros dos, México y Estados Unidos), por ello no extraña –al margen de otros muchos méritos– que la final la jugasen Uruguay y Argentina… aquel país de argentinos, todavía sin ‘argentos’, que supimos desperdiciar. 

Así como la primera fue la Copa con más sudamericanos de la historia, la que menos tuvo fue la tercera, la de Francia en 1938: apenas un solo país representando al subcontinente: Brasil (no faltó a ningún Mundial); de quince participantes, una docena eran europeos, más Indonesia –entonces llamada Indias Orientales Holandesas– y Cuba. Ya el Mundial de 1934 había sido poco equitativo, solamente dos ‘de aquí’ entre 16 concurrentes: la Argentina con un equipo 100% amateur y Brasil. Los otros: doce europeos, un africano –Egipto– y los Estados Unidos. Además, esas dos Copas fueron expoliadas por el fascismo. Poco valen deportivamente hablando.

Después llega el silencio de los años cuarenta y (mal) se retoma la disputa en 1950, con nada más que trece participantes, como en el primer mundial –la menor cantidad de todas las Copas–, pero con cinco sudamericanos: el segundo más alto porcentaje de todos los tiempos, casi el 40%, sólo inferior al 54% de 1930. Pena que jugaron los que pudieron costearse el viaje –tras la empobrecedora Segunda Guerra Mundial– y no los mejores. De ‘este lado del mundo’, de los grandes únicamente faltó la siempre enojada Argentina peronista. En 1954 se recuperan los 16 participantes originales, pero el panorama empeora para Sudamérica, porque pierde el terreno conquistado, al punto que apenas la representan dos naciones, Uruguay y Brasil. Perón seguía irritado porque no la organizaba; ergo, no podía hacer demagogia. Además, México y Corea del Sur; el resto, doce europeos. 

Las cosas comienzan a parecerse a la normalidad en 1958 aunque de nuestro subcontinente juegan tres naciones: Brasil, luego campeón, la Argentina que regresa después de la ‘Revolución Libertadora’, haciendo su mayor papelón, y Paraguay. También México; ningún asiático ni africano. Por segunda y última vez se repite la irregularidad de que Europa organice dos ediciones seguidas, único continente que tuvo ese ‘privilegio’. Aquí, claramente, termina una segunda etapa. Si los títulos de los tres primeros Mundiales no valen más que un cuarto de estrella, los tres de esta década debiesen valer media estrella. 

Los Mundiales comienzan a ser un poco ‘mundiales’ de verdad, por presencia universal y equilibrio de fuerzas, en 1962 donde hay cinco sudamericanos jugando, por el hecho de que uno de ellos es el anfitrión, Chile. Más el seleccionado de México y diez europeos; aunque siguen ausentes los restantes tres continentes. Ya, desde 1966, siempre hay por lo menos cuatro sudamericanos y algún representante de otras regiones. En los años sucesivos se van manteniendo países de continentes antes no considerados, como África, o sin méritos para llegar a la instancia decisiva, como Oceanía. Así, los títulos de las Copas de 1966, 1970, 1974 y 1978 merecen por lo menos ¾ de estrella. 

Recién a partir de España 1982, donde por primera vez participan 24 países, y hasta 1998, cuando pasan a intervenir 32 naciones, dejando a Europa por primera vez en inferioridad (respecto del total), el título vale una estrella completa. Y las cuatro últimas Copas, precisamente por abarcar el mundo en su totalidad con esas 32 selecciones, surgidas de Eliminatorias sin discriminación alguna, suman una estrella y media cada una. Ahora sí, los Mundiales son como, tal vez, lo soñó su impulsor el francés don Jules Rimet y concretó el brasileño João Havelange. 

Bien, desde el nacimiento de esta etapa moderna, por primera vez en Brasil 2014 estarán en cancha ocho campeones del Mundo –todos– y, en paralelo, seis sudamericanos. Más dos selecciones del norte de América y dos caribeñas. Diez representantes de nuestro continente constituyen un récord absoluto. Nunca hubo tantos americanos (en 1930 fueron nueve: siete del Sur y dos del Norte). La de Brasil 2014 será, así, una Copa diferente (ojalá que mejor) a las anteriores. 

Además, las seis selecciones sudamericanas clasificadas son, hoy por hoy, las mejores de la región; una participa por ser local pero es la más indiscutida de todas, Brasil; otras cuatro marcan presencia porque clasificaron legítimamente en la respectiva Eliminatoria; y la restante porque llegó vía repechaje intercontinental, Uruguay. Merecía estar: el artífice del histórico ‘Maracanazo’ no podía faltar a esta cita. Pena que Uruguay no tuvo la suerte de la Argentina; la oncena ‘Charrúa’ en la Primera Fase no jugará en Porto Alegre, la Sede más cercana a su frontera (tres horas largas por carretera desde Rio Branco / Jaguarão: 348 km). 

Sólo se sentirá la ausencia de Paraguay, que en las ediciones anteriores fue un animador interesante y, además, por su vecindad con el anfitrión contaría con buen apoyo de su gente: imaginémoslo jugando en Mato Grosso, casi en casa de verdad; pero la felicidad nunca es completa y tampoco podría serlo. Paraguay está mal, su presente generación no llena el formulario de exigencias de una Copa tan disputada como promete ser esta vigésima edición, aunque posiblemente no sea un equipo inferior a otras que estarán en Brasil, incluyendo Estados unidos y México y, sin dudas, es más que las dos centroamericanas (Costa Rica y Honduras). También es más que Perú, Bolivia y Venezuela las otras del cono Sur ausentes. 

Está bueno que haya muchos sudamericanos, porque matemáticamente crecen las chances de empatarle la cantidad de títulos (9 a 10) a Europa. Pero, hay un problema: difícilmente ese país sudamericano será la Argentina, superior a tres cuartos de los participantes, pero inferior a la media docena de aspirantes al título. Lo bueno para nuestros muchachos se acaba en el aperitivo –fase de grupos, donde además de rivales débiles aparecen desatinos como el de la lista de los 30 pre-convocados de Nigeria que no son los elegidos por su técnico– y la entrada –octavos de final–. Con suerte se les servirá el primer plato, el de cuartos de final, difícilmente el segundo plato, el de Semifinales; pero, y de esto no hay dudas, postre no habrá. Al dulce no llegamos. La Argentina no tiene un gran equipo ni siquiera un buen plantel que es lo que más se precisa para conquistar una Copa. 

Salvo Brasil en 1962, que usó 12 jugadores en todo el torneo (eran más cortos, aunque no tanto –se precisaban seis partidos en vez de siete para consagrarse finalista–), el resto apeló a bastantes cracks para ganar, necesitó usar más jugadores de alto rendimiento para consagrarse: hasta la ‘Celeste’ uruguaya de 1950 que la tuvo fácil como pocos –fue campeón del mundo jugando apenas 4 partidos– utilizó 14 jugadores… La historia demuestra que se requiere algo más que tres estrellas (Messi, Agüero y Di María) o cinco buenos (agreguemos a Higuaín y Mascherano); se precisa tener un equipo, antes que nada y, de ser posible, un plantel satisfactorio, casi un segundo cuadro, parecido al titular. Argentina no reúne ninguno de los dos requisitos, no tiene ni equipo ni plantel. Hoy los tienen, principalmente, Joachim Löw en Alemania, todavía Vicente del Bosque en España y, tal vez Scolari / Parreira en Brasil. Pero no Sabella. 

Argentina son dos mitades que no combinan entre sí, no encajan aunque por momentos se piense que una, la de arriba, compensa a la otra, la de abajo. No. Eso no es un equipo, es un déficit. El plantel es peor. Además, cada fin de semana se cae del Mundial, por lesión, algún jugador de cualquier Selección, incluyendo nuestros nacionales, caso Gago. Eso muestra que quien conquiste el título precisará de un gran once y de un surtido plantel. Doce jugadores como aquel Brasil que apenas usó a Amarildo, en los cuatro partidos que no jugó el lesionado Pelé, es un número que nunca más podrá repetirse. La de 2014 posiblemente sea, de acuerdo a recientes previsiones, la Copa con más lesionados entre todas las ya jugadas. Nunca como ahora harán tanta falta los 23 de la Lista de Buena Fe. 

De todos modos, y empeorando el caso de Argentina, la descompensación defensiva resta mucho más de lo que suman Messi y compañía. En general se piensa lo opuesto, gran engaño. Para encarar ese problema, la mejor receta que Sabella puede intentar es la de TVR: usar lo que producen los demás y potenciarlo con sus pocas estrellas. Esto es fabricar contenido propio partiendo de lo que originan los demás; conocer a los rivales para que Higuaín los perfore; saber por dónde atacarlos con Messi y Agüero abiertos; descubrir el punto débil de todos los mediocampistas que se pongan enfrente para que Di María saque provecho de esa ilustración; saber bien cuál es el hombre que debe anular Mascherano. Nada de confiar en el talento argentino como, más o menos, especuló Maradona en Sudáfrica. 

Será lo único que lleve un poco más lejos –tampoco tanto– a la selección del sereno Sabella que, me parece, tiene conciencia de que no será campeón. Pasa la idea de tener la cosa más clara que el 99% de sus compatriotas. No integra la ‘patria burra’ del ‘porque tenemos a Messi’ como, también medio creyó el Tata Martino cuando desembarcó en el Camp Nou y deshizo todo lo que Guardiola había construido en el Barcelona. Sabella tiene que extraer más del productor de TVR, Diego Gvirtz, que de cualquier manual de fútbol propiamente dicho. Siempre que fuimos ‘con la nuestra’ nos volvimos frustrados, inclusive cuando teníamos buenos jugadores como en Suecia ’58 y España ’82 por citar dos Mundiales. 

Así las cosas, disfrutemos la fase de grupos porque después habrá que sellar el pasaporte y reservar asiento en Aerolíneas… Abro el paraguas y sigo con un ejemplo mediático: la Argentina no perderá porque yo, pesimista, lo diga; como De la Rúa, pobre, que todavía cree que su gobierno se derrumbó porque lo cargaban en ShowMatch… La Selección perderá porque no puede ganar; sin defensa no se vence en el fútbol actual que poco aprecia a los talentos o, en el mejor de los casos, fácilmente los marca corriéndolos, pegándoles, agarrándolos, usando la complacencia de los árbitros hasta conseguir que el seguro mundialista los de de baja por ‘destrucción total’. 

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IN TEMPORE: Por la columna anterior (la Argentina gris e inútil), como en otras anteriores, se me acusa de provocar. No sé bien si provocar contracciones, algún córner, efectos colaterales o qué. Sólo sé que la verdad es provocativa a muchos oídos. Lo siento. O no; depende de cada caso. No soy ni aspiro a ser políticamente correcto. Ni incorrecto. No quiero apuntar ni estar en la mira cuando se aprieta el gatillo. No busco aplausos ni críticas. No soy peronista ni radical. Ni ‘anti’ ni ‘pro’ nada, al menos en esta Argentina que me recuerda aquello de Roberto Bolaños: “En estas desolaciones, padre, donde de tu risa sólo quedan restos arqueológicos”… Se llevaron la risa, no dejaron ni sonrisas. No hay alegría donde reina el disparate y se consagra la traición (Lanata y el uruguayo son dignos / indignos ejemplos y sus camaleónicos seguidores también). Soy tan agnóstico en la religión universal como en la política ‘argenta’: me cuesta creer, creerles. A los curas, a los políticos y a los colegas. 

¿Provocar? ¿A quién? ¿Por qué? Si fuese una reflexión, me alegraría, pero no llego a eso. A esta altura sólo pretendo decir lo que pienso, lo que sospecho auténtico y aquello que por convencimiento me parece verdadero. Sea la euforia perdedora de los Pumas, el robo anunciado a Maidana, el dislate filo peronista o la eterna inoperancia radical. Y lo digo de la manera que me surge. Sólo no quiero ser injusto. El resto, mientras me sepa honesto, no me incomoda. Me importo con los principios clásicos de la Humanidad y una antigua escala de valores soterrada por las nuevas generaciones. De lo bueno rara vez escribiré, no apenas porque en la actual Argentina es un elemento escaso, sino porque estoy entrenado para ver el defecto antes que a la virtud: hace al ADN de esta profesión que disfruto y padezco hace cuarenta y cinco años. 

No busco votos ni rating. Lamento si se enojan los del rugby, los ‘K’, los que no ven al ‘Chino’ más allá de su coraje, los radicha, los que creen que Merlo merecía una estatua en mi querido Racing, los que, los que, los que… Copio al comediante americano Bill Cosby: “Desconozco la fórmula del éxito, pero sé que la del fracaso es intentar agradar a todos”. No quiero agradar a nadie, ni busco fama, ni ir al bailando como la diputada Sandra Mendoza, no lloro por estar como la Xipolitakis. Ni sé bailar, o sea soy menos que todos ellos, no le gané a nadie y tampoco pretendo ganar la carrera de la nada que es la única que se corre en la Argentina. No participo de las redes sociales, no hago selfie con mis tatuajes porque no tengo ninguno. Nada. 

Simplemente escribo una columna en este ‘Elísio’, donde se puede escribir sin necesidad de defender una bandera política ni un negocio ajeno al periodístico. Ahora, si eso es provocar… En Argentina provocar es decir ‘A’. Quieren ‘B’. Digo ‘B’, quieren ‘A’. Paisito complicado si los hay. No por acaso el animal más típico de la fauna autóctona nacional, de Norte a Sur, no es la llama que llama ni el cóndor, el hornero, el puma ó el yaguareté como enseñaban los libros de geografía de Maria V. Malharro y editorial Kapeluz: es la vieja y entrañable ‘gata flora’, aquella que grita cuando no llora… Pobre Sabella: la que le espera. 
(*) Director Perfil Brasil y creador de SoloFútbol

La peor defensa de la historia

Por qué la selección argentina ya no es el rival a vencer en el Mundial de Brasil. Las falencias en el fondo y la falta de jugadores indiscutidos en el puesto.
Pablo Zabaleta, Marcos Rojo, Federico Fernández y Ezequiel Garay, defensores predilectos de Sabella. / AFP
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Aquí, en Brasil, cada hoja del calendario que cae refuerza una percepción tan interesante como inesperada: la Argentina no es el rival a vencer. Poco más de un año atrás, cuando Brasil era dirigido por Mano Menezes y Lionel Messi vivía su mejor temporada, ningún brasileño dormía tranquilo si en la charla de la sobremesa nocturna se hablaba del Mundial. 

El fantasma de ver a la Selección blanquiceleste dar la vuelta olímpica en el Maracaná sobrevolaba cualquier insomnio. Era real. En esa época Brasil jugaba mal y ganaba con fórceps; en tanto, la Argentina parecía superar las irregularidades de la era Batista y Messi empezaba a parecerse, en la Selección, a su ‘doble’ del Barcelona. Hoy, la cosa cambió ‘aquí y allá’. 

Llegó Felipão a la dirección técnica ‘canarinha’ y arregló las desavenencias brasileras; no sólo unió al grupo –su especialidad–, como hizo los retoques necesarios para mostrar solidez defensiva (es el fuerte del actual equipo), fluidez en el medio y confianza en el talento de Neymar adelante, curiosamente, la línea más incierta, con menos recursos de Brasil: inimaginable hace 15, 30, ó 50 años atrás. 

En paralelo, en Argentina, Messi no alcanzó a ser totalmente el del Barcelona y hoy –en este exacto momento– no es, ni siquiera en el propio equipo catalán, el mismo que fue en 2012. Las lesiones conocidas y cierta ‘fatiga de estrellato’, lógica por otro lado, no sólo hicieron que perdiera, merecidamente, el último Balón de Oro a manos de Cristiano Ronaldo, sino que lo mostraron humano. “No es Súperman, es de carne y hueso y si es humano es marcable, puede anularse, a lo mejor se lastima”, etc. etc. dijeron sus rivales. 

Eso, más las últimas heridas de Agüero y un freno en el crecimiento artillero de Higuaín, iluminaron otros sectores de la Selección Argentina. Luz que descubrió dudas importantes en la mitad de cancha y confirmó la fatal desnudez del fondo. Esperemos un poco más para hablar del mediocampo argentino, pero insistamos en que la actual Selección tiene la peor defensa de la historia nacional en Mundiales y, tal vez, una de las más flojas que transitará la próxima Copa del Mundo. 

Intentemos comparar a la defensa de Sabella con las de la mismísima Selección en los últimos Mundiales. Desmenucémosla a la sombra de la historia. Comparemos nombres y línea. Hoy, los titulares son Pablo Zabaleta, Federico Fernández, Ezequiel Garay y Marcos Rojo. Sus suplentes, de acuerdo al histórico más y menos reciente, claramente son Hugo Campagnaro y José Basanta. Los otros ‘a ser convocados’ aún huelen a incógnita, por tanto no abramos tanto el abanico, concentrémonos en los ‘fijos’. El primer problema que aparece es que ninguno de todos ellos es crack de Selección, de esos indiscutibles, como ya supimos tener. 

No hay un Perfumo, un Passarella, un Ruggeri por citar algunos que en su momento estaban en la boca de cualquier hincha y que todo técnico hubiese convocado. Nadie los dejaba afuera. Esos, y muchos más, eran defensores tan ‘cantados’ como lo son hoy Messi, Di María y Agüero de la mitad de la cancha hacia adelante. Bien, de esos ‘de Selección’ no hay ni uno solo y por ello nuestros escalofríos cuando el rival tiene la pelota y nos ataca… 

El segundo problema, serio, es que entre suplentes y titulares no hay diferencias. Esto no es ni habitual ni normal. Salvo en épocas de cosecha generosa, como aquellas donde se acuñó la famosa frase de “tenemos dos cracks para cada puesto”, lo que era más o menos verdad porque Stábile no sabía si poner a Dellacha o Alfredo Pérez y el ‘Toto’ Lorenzo dudaba entre Ramos Delgado o Navarro, épocas de potreros inagotables… Pero no es el caso actual, y si entre suplentes y titulares no hay distancia… la luz roja queda encendida. Por ejemplo, en el 66, una de las mejores Selecciones que el país presentó en una Copa, la de Inglaterra, Perfumo era indiscutiblemente mejor que el firme de Calics, Albrecht superaba al bueno de Varacka y Marzolini largamente se imponía a la seguridad de Nelson López; solamente los laterales derechos Simeone y Ferreiro se equivalían. 

Sin ir tan lejos, en el 98, en Francia, Zanetti, Ayala, Sensini y Chamot se destacaban por sobre sus suplentes Nelson Vivas, Pablo Paz y Mauricio Pineda. La lógica caminó y aún camina por estas líneas más o menos rectas y tradicionales. O debiese caminar… Ahora comparemos lo que eligió Sabella y lo que colocó en cancha Maradona en Sudáfrica 2010. Zabaleta, Fernández, Garay y Rojo son individual y colectivamente inferiores a Demichelis, Nicolás Burdisso, Samuel, Heinze y Clemente Rodríguez (todos vistos en aquél momento, ya que hoy envejecieron lo suficiente como para estar abandonando el fútbol en algunos casos). A ellos se sumaba el mejor central que había aparecido en esos últimos tiempos, Nicolás Otamendi (perjudicado, después por el posicionamiento que le dio Maradona). 

No estaba nada mal esa línea aunque fuese discutible Jonas Gutiérrez y obviamente inentendible la convocatoria de Ariel Garcé. Pero, aceptemos, los titulares no eran peores que los de otras selecciones de ese Mundial, en líneas generales los nuestros eran mejores (aunque terminasen ‘comiendose’ cuatro goles ante Alemania). Mínimamente el 75% de ellos eran elegidos en las encuestas populares por cualquier otro técnico, periodista ó hincha. Eran ‘esos’. 

El arquero de Maradona fue el mismo Romero de Sabella, sólo que aquél Romero estaba en su momento ascendente, cosa que no sucede ahora. Pero impidamos que el arquero nos distraiga de la defensa propiamente dicha. Ya hablaremos de los arqueros. José Pekerman, en 2006, llevó a Fabricio Coloccini, Roberto Ayala, Gabriel Heinze, Juan Pablo Sorín, Leandro Cufré y otra vez el mayor de los Burdisso. En conjunto, un poco menos que lo presentado por Maradona, pero mucho más de lo que desea llevar Sabella a Brasil, fuera que aquella era una base que había comenzado a trabajar Bielsa, lo que ayudaba al entendimiento colectivo. 

El principal e imperdonable pecado de Pekerman fue dejar afuera de esa lista a Zanetti. Pero, puede decirse sin temor a errar, que ‘había una defensa’ más allá de que, personalmente, nunca entendí como Sorin pudo ser un profesional del fútbol y haber llegado adónde llegó; pero eso es otra cosa y tampoco debe distraernos ahora. Por fin, en 2002 Bielsa eligió para Corea y Japón a Zanetti, Walter Samuel, José Antonio Chamot, Mauricio Pochettino y los discutibles Sorin y Diego Placente. Nuevamente menos que lo posterior pero claramente más que lo que ‘hay hoy’. 

Casi todos los nombrados en estas comparaciones por lo menos, y ya que los entrenadores le dan un absurdo sobre-valor a eso, jugaban en Ligas y/o clubes importantes. Porque ni siquiera eso se puede decir de los elegidos de Sabella… Veamos los centrales. Federico Fernández y Ezequiel Garay juegan en el Nápoles y el Benfica después de haber ido a préstamo al Getafe, sí al Getafe, el primero, hace un año, y no haber pasado la prueba de fuego del Real Madrid, el segundo, cuando tuvo esa oportunidad en 2010. Por tanto uno juega en un club sin aspiraciones en una gran Liga, la italiana y el otro milita en el mejor club de una Liga secundaria, la portuguesa; ninguno actúa en un gran club de una gran Liga. 

Basanta, el sustituto de ellos, menos aún: desde que salió del semillero de defensores sabellianos, Estudiantes de La Plata, siempre jugó donde juega, en México. Juntos Fernández y Garay muestran altura, 1,89 y 1,88 respectivamente, pero en el área argentina cabecea todo el mundo. No ofrecen esa garantía que es la que más debiese distinguirlos. Siempre pensé que Sabella nunca probó a Javier Mascherano en la zaga central por una cuestión de estatura. Pero Mascherano, en el Barcelona, demostró ser mucho mejor central que Fernández, Garay o Basanta, más allá de su 1,74m. 

Los laterales. Pablo Zabaleta es el mejor de la línea entera, de todo el fondo, pero no es Zanetti aunque tenga un estilo semejante. Zabaleta es fuerte donde menos lo precisa esta selección, en las subidas. Marcando deja mucho que desear. Su salario de 350 mil euros mensuales lo convierte en el mejor pago de todos nuestros defensores y muestra que algún valor la propia Europa le da, aunque juegue en un club de caprichos de un millonario ruso y no haya sido elegido por, por ejemplo, un Ferguson, un entrenador de valía. Igualmente es el último a sustituirse si se pensara en eso. Por la izquierda, Marcos Rojo, de quien ya hablé en otras columnas y no tengo mucho más para decir. 

Puedo haber desaprendido lo poco que maestros como Spinetto, Miguel A. Juárez y Osvaldo J. Zubeldía, entre otros, me enseñaron, pero no consigo siquiera ver cuál es el fuerte de Rojo, que no es más que un Clemente Rodriguez sin Riquelme al lado y bastante ‘inferior’ al ex Boca. Del suplente de ellos, Hugo Campagnaro, me eximo de opinar porque antes de ser jugador profesional fue cronista de la revista SóloFútbol’ que fundé en 1985. Lo miro con ojos paternales, aunque objetivamente me esfuerzo y veo que está bien que sea el suplente de la defensa porque es el jugador argentino con más condiciones para ocupar cualquiera de los cuatro puestos de la zaga y, también, alguno en el medio de la cancha. 

Y eso, hoy, ya es bastante. La mejor manera de evaluar jugadores es pensando si uno los quiere tener en su equipo. Imaginemos que a un hincha de Newell’s se le dice que va a llegar Rojo para, así, vender a Milton Casco; ¿Se va a alegrar? No. Comentemos con un hincha de River que se está yendo el colombiano Alvarez Balanta pero llegará en su lugar Garay; ¿Lo haremos feliz? No. Digámosle a un un hincha de Lanús que Federico Fernández substituirá a Paolo Goltz; ¿Dará un salto de felicidad? No. Y cualquier hincha de su propio San Lorenzo apenas reconocerá que reemplazar a Buffarini por Zabaleta no será mucho más que ‘cambiar seis por media docena’ como dicen los brasileros. 

Ninguno de los cuatro titulares de la Selección le cambia la vida, ni siquiera la defensa, a ningún club argentino. Siendo así no hay mucho más para analizar… Y se entiende claramente por qué la Argentina ya no es el rival a vencer por Brasil en julio próximo. Si en los tres Mundiales anteriores, con mejores defensas, nos volvimos temprano, teniendo siempre buenos ataques, en este de Brasil, si hay lógica, no podremos llegar a la Final aunque tengamos a Messi. 

Todo no es culpa o responsabilidad de Sabella, porque faltan defensores del nivel de Perfumo, Passarella o Ruggeri en el fútbol argentino de nuestros días, es cierto, pero también es verdad que hay mejores que los elegidos. Que Prandelli, el DT italiano, haya convocado a Gabriel Paletta no sólo significa que Italia también está con problemas atrás, con el mismo lenguaje nos dice que Sabella no miró a todos los que debía observar… 

De hecho el último llamado, con un pequeño toque, a mi juicio, de marketing desesperado, a Gino Peruzzi y Lisandro López, para el amistoso con Rumania, más todas las otras convocatorias hechas para el amistoso ante Bosnia, indican que Sabella tiene alguna conciencia de todo esto ó, mínimamente, algunas dudas. Está bueno que las tenga porque su defensa, hoy por hoy, es la peor defensa de la historia argentina en Mundiales.

 (*) Director Perfil Brasil y creador de SóloFútbol

Tevez, o el miedo a equivocarnos

Por 
Mundial nos llena de miedo a todos. A los futbolistas, que son conscientes de que salir campeones representa no sólo un vuelco radical en su carrera, sino que instala su apellido con huella indeleble en la historia de su deporte. Lo que no suelen tener en claro es si ese objetivo se alcanza con la generosidad de España en 2010 o con la avaricia -y no pocas malas mañas- de Italia en 2006. 

Nos llena de miedo a los periodistas que sabemos perfectamente que, si el seleccionado avanza, nuestra presencia en el lugar del torneo eleva al estrellato hasta a un analfabeto. Muy por el contrario, una derrota prematura -o previa a las semifinales, instancia que te garantiza presencia e interés hasta el último día del torneo-, desactiva las coberturas y te desciende a los infiernos del regreso a los piquetes, a las aulas vacías, al subte incierto y al submundo de los tuiteros que descubren una vida insultando desde el anonimato a gente notoria. 

Y nos llena de miedo a los hinchas, que celebramos hasta el asombro esto de hacer fuerza todos por una misma camiseta. Puedo imaginarme la desorientación de aquel fanático de Central que aun hoy soporta la ronquera del festejo del golazo de Maxi a los mexicanos. O el desconcierto del fana Millonario que cambió puteadas por lágrimas de gloria de la mano del gol de Palermo a los peruanos. El Mundial, de alguna manera, nos convierte en amantes de un fútbol que no vivimos regularmente. A veces, el juego ni siquiera es sustancialmente mejor que el vernáculo. Pero se nota que esto de los estadios repletos -por hinchas, excepción hecha de los barras bravas que ayudamos a viajar-, del campo de juego sin infiltrados y de la calidad HD de la tele -aún no ha llegado masivamente la Alta Definición a los relatos y comentarios pero no desesperen-, es asunto de cada cuatro años. Y al margen de sentir que podés gritar en un bar el gol de tu equipo sin que el de al lado te clave el tenedor en la yugular, está esa maravilla de los mano a mano de octavos o cuartos, instancias en las que podés disfrutar de mandar a casa -es decir, a la realidad- a multitudes de hinchas rivales, para los que la derrota significa que la fiesta sigue pero ya no es tuya.

Recuerdo Francia 1998, cuando la fortuna y la profesión me pusieron en Saint Etienne aquella noche de un Owen endiablado, un Beckham adolescente y el inolvidable festejo en los penales ante los ingleses. Por cuestiones de logística, en lugar de pasar la noche compartiendo una cama con tres colegas en un hotel de las afueras de Lyon opté por tomar el primer tren disponible a Paris. Fue cerca de las tres de la mañana, en la estación Lyon-Perrach. El viaje duró hasta el amanecer y creo que hasta el maquinista era un hooligan. Los vi serios, borrachos o dormidos. Pero más que enojados, se los notaba tristes. Ese Mundial seguía siendo celebración para gentes de ocho países. Ya no para ellos. 

Entonces, a ese miedo a que el Mundial empiece a interesarte mucho menos o a lo sumo grites algún gol español en memoria de tu abuelo nacido en Albacete, se le contrapone el éxtasis por decirle adiós con la manito a aquella brigada de tanos que amanecerán pensando más en Garibaldi, la Cicciolina o Nicola di Bari que en Marchetti, Pirlo o Balottelli. Tal vez por esos miedos es que jugamos los Mundiales desde tanto tiempo antes y juramos venganza eterna si nos llega a ir mal y Sabella no convocase a Carlitos Tevez. El Jugador del Pueblo, suelen decirle muchos hinchas y unos cuantos simplistas del idioma periodístico. Ayúdenme a comprender a qué se refieren con ese apodo. ¿Es algo así como Evita jugando de media punta? ¿O se trata de Francisco tirándole un caño a Ratzinger antes de clavarla en un rincón de la Puerta de Santa Ana? 

Tevez es un futbolista maravilloso y no descubro nada diciéndolo. Un crack de esos que destripó mercados bravos como el brasileño o el inglés sin perder nada de su estirpe de potrero, esa que lo convierte en un jugador inclasificable. Fue el as de espadas de un Boca plagado de sotas, caballos y reyes. Enamoró a Lula en Corinthians y salvó al West Ham de un descenso inevitable elevando a condición de equipo a un puñado de muchachos inmerecedores de compartir vestuario con él. Enojó a los del United brillando en el City -muy a pesar de Mancini- y es el hombre que se roba las sonrisas de una Juventus que, en 28 fechas, perdió casi tantos puntos como el puntero del Torneo Inicial en solo ocho jornadas. Monstruo temido en los últimos treinta metros de la cancha rival, lleva luego de más de una década una media de casi un gol cada dos partidos. Aclaro que, aun así, me niego a considerar al gol como su única carta de presentación. 

Fue el hombre del torneo cuando la Argentina ganó la dorada en Atenas. Pero no es un dato para tener muy en cuenta, en tanto varios de los futbolólogos, cuyas chapucerías consumís, creen que se trató de un título de segundo orden, pese a que esa mañana en Grecia, Carlitos terminó con 52 años de abstinencia olímpica.

Entonces, empieza la otra historia. Esa que desmiente brutalmente que Carlos haya sido más que esporádicamente un hombre decisivo con la celeste y blanca.

Influyó poco en las copas América de 2004 y 2007 y entró por presión dirigencial en la de 2011, en la que, para colmo, le tocó fallar en la definición con los uruguayos. Fue irrelevante su gestión en las eliminatorias del Mundial alemán, en el que fue casi un anexo al plan Pekerman. Parecido le fue antes de Sudáfrica. Y Maradona lo convirtió en su única decisión sensible acertada. En ese contexto tuvo su noche de gloria ante México, tal vez su gran partido seleccionado. Alrededor de la gran cita, su historia en eliminatorias tiene casi tantas expulsiones como goles. Y a propósito de goles, jugando por Argentina su eficacia baja a un gol cada cinco partidos, cifra cuya negatividad se potencia si tenemos en cuenta que jugó mucho menos por el seleccionado que a nivel de clubes. 

Al margen de los goles, ni Bielsa, ni Pekerman, ni. Basile, ni Batista, ni Maradona -hasta aquel partido con México- lo consideraron imprescindible en sus planteles. Es decir, no sólo a Sabella le cabe la pregunta o el cuestionamiento.

Por favor, no se aferren ni a este último análisis, ni al primario. Tevez es, para mí, un enorme interrogante. Sin dudas, lo tendría entre mis 23 antes que a Lavezzi, por ejemplo. No desmerezco al delantero del PSG, quien tampoco ha brillado cuando tuvo su chance, pero entiendo que Carlos es, aun desde el banco, un jugador que puede, por ejemplo, romper todo esquema ante un rival amarrete. ¿Como Zárate, dirán? Sí. Como Mauro Zarate. 

Por cierto, teniendo en cuenta que ningún equipo serio usa realmente más de 18 jugadores de los 23 que van a la Copa, más ruido aún me hace su ausencia.

Sin embargo -otra vez, sin embargo- entiendo que hay cosas que jamás comprenderé de la formación de grupos. No las comprenderé porque, primero, no tengo ni por asomo idea de lo que se vive en la intimidad de un plantel que va a un Mundial. Y segundo, porque tampoco me preciaría de saber armar equipos de trabajo. 

De tal modo, me remito a lo que me han contado los protagonistas. Tanto deportistas como entrenadores. Los más suelen explicarte que los grupos que consiguen grandes logros se caracterizan por la madurez de quienes subalternan sus disidencias al objetivo común. Como Las Leonas, como el básquet, como los Pumas de 2007. Otros aseguran que, a veces, cuando una pieza no encaja en el día a día, tarde o temprano el cajón se pudre. Te explican que es tanto más el tiempo que se pasa en la concentración que dentro de la cancha que termina siendo vital armonizar en la ronda de mate, el truco, la Play o el asado que durante los noventa minutos. 

A quienes soñamos con que la competencia deportiva aún tenga algo de juego, nos da cierta bronca que las cosas sean así. Pensamos que estos muchachos privilegiados por el don de la destreza sean incapaces de esconder vanidades en beneficio del juego que los hace ricos y famosos cuando deberían ser lo suficientemente lúcidos para, también en su cabeza, armar la lista con los mejores en el juego, y no solamente con los muy buenos que, además, son amigos. En tanto esta lucidez no abunde, es el entrenador quien debe armonizar entre necesidades deportivas y relaciones humanas. 

Del mismo modo, no me imagino a Tevez reemplazando a ninguno de los tres delanteros que usará Sabella, esperemos, durante todo el torneo. A modo de modesto ejercicio de justicia, debo recordarles que, por ejemplo, Gonzalo Higuain tiene una eficacia más de dos veces superior a la de Carlos. Lo destaco para quienes pretenden sostener su apoyo a Tevez desde el valor gol, algo que, por cierto, jamas podría faltarle a un equipo que cuenta, además, con Agüero y Messi. 

En definitiva, entiendo que sólo Sabella tiene bien armada la ecuación interna que deja al fenómeno fuera de las listas. Y aunque la sola insinuación de que entre los 30 pudiera aparecer Franco Di Santo y no Carlitos me parezca hasta provocación, tengo en claro que Sabella jamás haría algo que perjudicara sus propias chances de quedar en la historia.

Alejandro Fantino presiona para que Carlos Tévez vaya el Mundial de Brasil 2014

A través de Twitter, el periodista creó un hashtag para que el futbolista esté presente en Brasil 2014.
BUENOS AIRES.- Como es de público conocimiento, Carlos Tévez no fue convocado para jugar en la Selección Argentina, para el Mundial de Brasil 2014; por esta razón, Alejandro Fantino, a través de su cuenta de Twitter armó el hashtag #TEVEZALMUNDIAL.

Rápidamente, y como era de esperarse, los seguidores del periodista empezaron a contestarle y a seguir con este convocatoria. 

"Vamos con #TEVEZALMUNDIAL LO HACEMOS TT?!!!! PRESIONEMOS", empezó escribiendo  Alejandro Fantino, desde su cuenta de Twitter

Luego continuó: "#TEVEZALMUNDIAL porque juega cada minuto como el último de su vida. Porque nació ganador. Porque los rivales lo ven y se achican".

"#TEVEZALMUNDIAL PORQUE SABE LO QUE ES GANAR!! MAS DE 10 TITULOS INTERNACIONALES 0,46 DE PROMEDIO DE GOL 211 

Un poquito de aire fresco para la selección argentina. Por Horacio Pagani